Sendero Luminoso sometió primero a los colonos del Apurímac, para luego ir hacia el norte, remontar el río Ene y dominar a las comunidades nativas con violencia y sometimiento. Los asháninkas, ajenos a toda concepción política, opusieron poca resistencia a la implantación del nuevo «Estado» senderista. En la mayoría de las ocasiones los terroristas obligaban las comunidades a matar a pobladores de su propia comunidad a cambio de salvar su vida. Una vez conseguida la sumisión a Sendero, el colono o el nativo aceptaba ser jefe y controlar a la población, a los encargados de seguridad, producción agrícola y organización. Sendero Luminoso agrupó a las familias nativas de distintos grupos familiares, para tener un mayor control del territorio y de la población. A su vez, colocó a sus hombres en las márgenes de los ríos Ene, Tambo y Perené con el fin de paralizar el comercio.
De este modo, los terroristas eran dueños de cuanto existía en esos valles. Nativos y colonos estaban obligados a entregarles parte de sus cosechas y alimentos. Cada cierto tiempo, Sendero visitaba las comunidades y se llevaba a algunos jóvenes para hacerlos trabajar en campos estratégicamente ubicados, con el objetivo de que, si el ejército atacaba, la subversión encontrara alimentos para sobrevivir.
Los senderistas habían creado en la selva las escuelas más grandes de todo el país y las bautizaron con nombres como Sol Naciente, Nueva Liberación o Sello de Oro. De sus paredes colgaban cuadros de Karl Marx, Vladimir ILich Lenin, Mao Tse-Tung y del líder senderista -hoy en prisión– Abimael Guzmán.
En ellas los alumnos, desde los ocho años, estaban empadronados como combatientes y aprendían a ser miembros del Partido Comunista. Un lavado de cerebro que se repetía cada mañana. Carlos Delgadillo fue profesor de la ahora desaparecida comunidad de Camantavishi. «Cuando llegó Sendero -dice-, nos cambiaron las materias escolares y nos obligaron a enseñar los acuerdos, normas y principios del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. Para los niños, el presidente del Perú era Gonzalo [Abimael Guzmán] y la bandera era roja, con la hoz y el martillo»
OPERACIÓN ENE
El general Pérez Documet decidió intervenir en la selva el 12 de mayo de 1991. Disponía de cinco helicópteros y 585 soldados que serían desplegados en las zonas donde Sendero Luminoso tenía sus bases o ejercía un mayor control.
El temor de los soldados era lógico. Sendero había mandado a los ashaninkas construir fosas en la tierra con flechas clavadas punta arriba, disimuladas entre la vegetación, para frenar la entrada de las patrullas. Había convencido a los nativos de que ellos también eran senderistas y serían asesinados por los militares.
Al aparecer los helicópteros se produjo la estampida. Algunos siguieron a Sendero otros se escondieron en la selva. Cuando llegaron los soldados las aldeas estaban vacías. El Ejército estableció allí sus bases, mientras las patrullas buscaban a los senderistas.
Así comenzó la cacería: disparar a todo lo que se moviera. Cientos, miles de personas murieron acribilladas por las balas. Otras tantas por el hambre, que les atenazó a los pocos días.
Dos semanas después de la estampida, algunos nativos y colonos, cansados y hambrientos, comenzaron a llegar a las bases del Ejército, con la ropa hecha andrajos y enfermos de sarna, malaria y miedo.
“De las 18 comunidades asháninkas que existieron
en el valle del río Ene, sólo quedan dos, Cutivireni y Valle Esmeralda, ahora habitaba básicamente por colonos, donde están unos 2.000 sobrevivientes, menos del 50 por ciento de la población original”
Gran parte de la zona sigue dominada por Sendero Luminoso. Los nativos que escaparon y viven en las bases militares, nada pueden hacer por recuperar a sus familiares que no lograron huir y continúan controlados por Sendero Luminoso.
La demora hastía y desgasta los ánimos. Se espera que el ejército peruano impulse la Unificación Asháninka, que reúna a los jefes guerreros del Gran Pajonal, al norte del Perené, del Tambo y del Ene para formar el gran Ejército Asháninka, quienes conocen el territorio, y poner fin a esta masacre. Por ahora, la calma indica que la lucha por el territorio se ha estancado. En un principio el ejército repartió escopetas Winchester entre los asháninkas para que se defendieran. Pero las armas y las municiones son pocas. Además, las patrullas mixtas de soldados, ayacuchanos y nativos asháninkas ya casi no prestan servicio.
El ejército, aletargado, espera su relevo a pesar de que aún deambulan por la selva cinco comunidades nativas bajo el control de Sendero.
Al Estado le queda documentar y censar a los nativos, delimitar la zona Asháninka, evitar que continúe la colonización y fomentar ese desarrollo que los nativos ya han tenido la desgracia de conocer.