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Textos y fotos/ Verónica Sáenz
En el Centro de Diagnóstico y Rehabilitación de Lima, conocido como Maranga, los 102 menores detenidos intentan rehacer su vida, pero el sistema no lo permite. Ni leyes ni condiciones de vida y aprendizaje que les posibilite una reinserción en la sociedad.
Poco pueden aportar programas educativos y laborales en condiciones deplorables. Los niños que salgan del centro de reclusión reincidirán. Entonces Maranga no es más que un doloroso tránsito a la cárcel de Lurigancho. Maranga, demuestra una vez más, que el sistema de rehabilitación del menor no funciona.
Más negro que su sombra “Magú” estaba de pie y muy serio bajo el dintel de la ancha puerta. Su mirada triste, tristísima, se perdió en algún punto no preciso de los altos muros del Instituto de Menores Nro. 1 de Maranga.
“Hace dos años y medio que estoy aquí: -ya cumplí los dieciocho” dice Marco Antonio, “Magú”, frotándose sus largos brazos con las manos que ahora retuerce con angustia. “Comencé a los seis años. Me encontraba botados en la calle paquetitos con pasta básica de coca. Entonces los vendía sin consumir, hasta los ocho. A partir de ahí fumaba todos los días, luego me dediqué a robar. A los trece años me mandaron para el albergue, aquí, al costado del instituto. A los 14 años ingrese a Maranga. He reincidido tres veces, la última por fuga. ¿Mi madre?… sólo ha venido a visitarme dos veces y a mi padre nunca lo conocí”.
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Muchos de los menores detenidos fueron antes de los catorce años, compañeros de otros albergues, y muchos de ellos lo serán en la cárcel, luego de los dieciocho, si el sistema no es da una formación sólida y la oportunidad para desenvolverse. “Cuando salga de acá voy a seguir robando con otra gente, que sea de peso, “cholón”, para apretar”- dice Pay Pay de 15 años . Desde junio de 1988 el Dr. León Mejía · retomó el rectorado de la institución. Dentro de su oficina Mejía habla con cierta amargura de esta patética realidad. “En el Perú el sistema de rehabilitación no funciona. Somos los únicos en América Latina que estamos rezagados, debemos cambiar la perspectiva del tratamiento de menores. Este sistema masificador, tipo cárcel, nunca ha dado resultado”.
MARANGA POR DENTRO
Maranga por dentro semeja un barco viejo mostrando sus costillas. El alma se ha escurrido por las ventanas rotas y enrejadas y hay quien dice que la tristeza de la propia vida, cuelga del techo de los dormitorios para asaltarte cuando cierras los ojos. De todo se escucha en Maranga. Historias del calabozo donde poco tiempo atrás castigaban a los más rebeldes.
Y el “bautizo” que perdura, con palazos al cuerpo desnudo para bajarte del “caballo”, quitarle la altanería.
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TAREA DE ENSEÑAR
En el programa de rehabilitación social del INABIF la asistencia a la escuela es obligatoria. En los altos del edificio quedan los pequeños y oscuros salones de la escuela. Durante las mañanas los internos que asisten a primaria aprenden matemáticas y lecto-escritura. Ellos deberán ir durante las tardes a talleres, y viceversa los alumnos de secundaria ” .
En el programa de alfabetización participan 18 alumnos. Entre ellos están Julián, de cabello encrespado. El lleva tres meses interno por oficio familiar: venta de PBC al menudeo. Ahora es su turno. Julián va a la pizarra y dibuja despacito las letras que forman la palabra “mamá” y teniéndola tan lejos, seguro a gemido profundo de nostalgia en el chirriar de la tiza sobre el verde.
Hugo Neyra, director de la escuela visiblemente disgustado e insatisfecho con los resultados de su labor, cuenta que las clases han de ser ágiles ya que los menores no aguantan una exposición por más de cinco minutos. Quizás habría que cambiar la metodología de enseñanza.
“Estamos engañando a la sociedad porque aquí no se rehabilita al menor.
En cuanto al estudio no se puede tener un programa homogéneo porque algunos menores se quedan sólo dos o tres meses en el instituto, propongo que por lo menos estén seis u ocho meses aquí, para que puedan aprender”, dice Neyra quien trabaja desde hace 26 años en el Centro de Diagnóstico y Rehabilitación de Lima, Maranga.
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TALLERES, SOLO ILUSIÓN
Maranga tiene varios talleres de formación laboral, todos ellos improductivos. En el de corte y confección, una docena de máquinas de coser permanecen arrumadas desde 1973, sin piezas ni mantenimiento. Diez alumnos se turnan en las cuatro que aún funcionan. Cosen sus pantalones escolares, de a poquitos por día, porque materiales no hay, ni telas, ni hilo, ni agujas. El taller de carpintería se encuentra casi en las mismas condiciones. No hay materiales ni personal técnico.
El maestro carpintero Máximo Candela pide que se renueve el convenio con el Ministerio de Educación, por el cual fabricaban carpetas escolares cobrando sólo, la mano de obra.
En el taller de metal-mecánica, al costado de carpintería, solo estaba Juan Jesús Tobar, limpiando las máquinas, que es lo que más se aprende. Juan Jesús se siente solo, tan solo que cuando salga irá a vivir con aquel viejito que junta cartones. “Tengo seis hermanos, tres somos del primero, cuatro del segundo compromiso. Mi mamá murió hace dos años, mi padrastro comenzó a tener relaciones con mi hermana de 25, por eso me fui otra vez a la calle a vivir y trabajar, con un señor que junta cartón. Hace seis meses me metí a un “jato” a robar un licuo-extractor. Por eso estoy aquí”.
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UNA PROPUESTA INTERESANTE
En el taller de zapatería la escena es surrealista: a trabajar dice el profesor, entonces presurosos los alumnos se acomodan en sus asientos. Clavan sin clavos, zurcen la rotura remendada con hilo imaginario y cortan con la cuchilla de la que ha quedado solo el mango. La propuesta de hacer zapatos para el personal de INABIF ha quedado en nada, ellos tienen sus proveedores.
Carlos Alberto, alumno de zapatería, toma la palabra por todos – “queremos pedirle al INABIF que nos den el terreno que está al lado del albergue, para construir una fábrica de carpintería o zapatería. Cuando salimos de aquí no encontramos trabajo y menos los internos que tienen cortes y marcas en la cara…. no nos queda otra que robar”.
”Nosotros no le daremos afecto, pero sí intentamos darles una formación laboral -dice el director León Mejía al concluir la entrevista-.
Si nosotros sumamos esfuerzos y buscamos gente especializada, con emoción social, que verdaderamente entregue su cariño y afecto a los muchachos, el menor podría cambiar”.
Y allí todos los días está Maranga, con sus paredes altas, frías, tristes, hongueadas de la humedad de la brisa del mar que está atrás de sus muros. Y allí están ellos, los que anhelan que el gobierno les brinde la oportunidad, de sentirse ciudadanos.
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Galería
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REVISTA SI 1992 PERÚ
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